Existe en todos nosotros un vívido recuerdo de nuestros padres enseñándonos a usar los utensilios correctamente a la hora de comer, así como ciertas reglas y códigos de conducta que han sido grabados en nuestras mentes para “demostrar nuestra educación en la mesa”. Una experiencia tan enriquecedora como es compartir la comida ha sido plagada por normativas que inhiben nuestros sentidos y nos obligan a poner atención sobre nuestras acciones, en lugar de dejarnos disfrutar nuestros platillos. Ananas Ananas llega para ofrecer experiencias de fine dining que nos hacen cuestionar todo lo que sabemos sobre la hora de la comida.
Elena Petrossian y la mexicana Verónica González son las caras detrás del innovador estudio artístico-gastronómico Ananas Ananas. Mediante una serie de elementos sensoriales, crean experiencias experimentales que invitan a interactuar con su arte comestible de una manera nunca antes vista. En la mesa hay reglas de etiqueta, pero con Ananas Ananas todo se vale. Dippear al centro, arrancar, sorber, morder y chuparse los dedos.
Tequila 1800 ha sido siempre un impulsor del arte importante en nuestro país, y reconoce que el arte como lo conocemos ha mutado a ser experiencias inmersivas en las que el espectador pueda interactuar con la obra. Para demostrar esto, ha creado la exposición “Tiempo”. Esta nos plantea una cuestión relevante en la que el tiempo es un factor que condiciona al ser humano. Desde cómo nos toma tiempo comer, hasta como toma tiempo hacer un tequila ancestral como lo son las diferentes etiquetas de 1800.
La exposición en Lago Algo invitaba a un recorrido por distintos tiempos, cada uno acompañado de unas fuentes de cristal de las que fluía un elixir especial. De entrada, un shot de tequila blanco con almeja para ir calentado y abriendo estómago. Nuestro segundo tiempo fue una estructura circular de metal de la cual pendían galletas de arroz frito que debías dippear en un baba ganoush espectacular; obvio acompañado de un reposado que simplemente le daba redondez al bite.
El plato fuerte fue una jaula de herrería con un Turrell de fondo. La jaula tenía en display pequeños pedazos de atún curado como jamón ibérico que casi podías arrancar con los dientes. Después, una mesa muy marítima con un sashimi de almejas generosas, cevichito de champiñones y unas sardinas irreales que maridamos con Tequila 1800 Añejo. Finalmente llegó el tiempo del “postre” con unos drop cakes de canela y unas empanadas de coco que venían bañadas en una salsa que estaba para (verdaderamente) chuparse los dedos.
La experiencia, más que ser una cena que recordamos con un hueco en el estómago, nos invita a replantear la manera en que vemos la comida. La fusión entre el arte y la gastronomía son un deleite total que estimula todos nuestros sentidos y qué mejor que acompañar este momento con un buen tequila.