Se necesita una suerte de tercer ojo, o incluso un sexto sentido, para poder capturar eternamente lo que ocurre en un suspiro. Cuando las palabras faltan, los lentes prestan su apertura y su obturador para narrar una historia. Capturando la poesía detrás del colectivo e imaginario mexicano, la fotógrafa Graciela Iturbide ha hecho historia por más de cincuenta años en nuestro país y el mundo. Ahora se convierte, junto a sus retratos, en protagonista de una exposición que reúne una selección exquisita de su trabajo y nos recuerda la grandeza detrás de su legendario talento.
La Fundación Javier Marín, nos sumerge en el mundo artístico y emocional de la fotógrafa mexicana. La muestra, ubicada en la Fábrica de San Pedro en Uruapan, Michoacán, revela imágenes inéditas y viajes fotográficos por distintas realidades en México y el mundo. Cada foto cuenta una historia única y explora la belleza y la complejidad del mundo a través de la mirada sensible de Graciela Iturbide.
¿Cómo era el panorama artístico, especialmente en el ámbito de la fotografía en México, en los años setenta, que fue cuando comenzó?
Yo estudiaba cine en los años sesenta, y conocí a Manuel Álvarez Bravo, que es mi mentor. Tuve la oportunidad de darme cuenta de cómo era la fotografía en ese momento, que estaba empezando a fortalecerse. La fotografía en México siempre ha sido muy importante. Hemos tenido visitantes como Tina Modotti, como Ursula Vernor que nos han prestado su mirada para retratar nuestro país. En los 70, había muchos fotógrafos fotografiando a los pueblos originarios, y esto permitió crear un interés por el mundo anónimo de lo que hay aquí.
¿Hay alguien que consideraba como su modelo a seguir en la fotografía?
Sí, por supuesto, Manuel Álvarez Bravo, el gran fotógrafo. Estudié cine, pero cuando lo conocí, le pregunté si podía ir a sus clases, porque yo daba clases en la escuela de cine. Nadie iba a sus clases, porque todos querían ser cineastas. Él me formó como persona y él fue un verdadero mentor en todos los sentidos.
Han pasado más de 50 años. ¿Cuál ha sido el momento más gratificante de su carrera?
Bueno, siempre es el placer de tomar fotos. La verdad es que no tengo uno especial, pero mientras el momento me sorprenda y sienta que algo va bien, todo va bien. A veces suelo cometer errores, pero es eso lo que me ha formado y lo que me ha graduado como ser humano.
¿Cómo es el primer acercamiento con la Fundación Javier Marín? Y ¿cuál es la misión detrás de presentar estas obras en Uruapan, Michoacán?
Estamos presentando esta exposición desde el viernes 22 de marzo en la Fábrica de San Pedro, un lugar dedicado al arte, diseño y cultura gastronómica. Presentamos 200 obras en un espacio de finales del siglo XIX con el trabajo del arquitecto Mauricio Rocha, mi hijo, quien hizo toda la nueva parte de este centro cultural. La particularidad es que todos los marcos de las fotos están hechos de tela de la fábrica. La obra no estará colgada en la pared, sino en tela, literalmente. Manuel Rocha, mi otro hijo, quien es artista sonoro, hizo una pieza para transitar en esta exposición con algunos sonidos de la naturaleza que nos remontan a la obra.