La última década ha dado para mucho en el caso de Katy Perry: además de consagrarse como una de las mayores estrellas de la escena pop, la cantante también ha protagonizado una evolución personal y profesional que ha conseguido que sea difícil reconocer en ella a la joven que se dio a conocer cantando ‘I Kissed A Girl’ en 2008. Desde entonces, a la intérprete le ha dado tiempo a casarse y divorciarse -de Russell Brand-, iniciar una sólida relación sentimental con Orlando Bloom y dar un giro hacia un tipo de música algo más comprometida y politizada, ahí es nada.
“Soy una persona muy diferente a la que era...”, resume ella en una entrevista a la revista Paper en la que posa casi irreconocible para la portada. “No por completo, la base siempre ha estado ahí. Siempre he sido muy sarcástica, y la oveja negra de la familia y por tanto capaz de pensar por mí misma. Pero mientras antes pensaba que algunas cosas daban demasiado miedo o no eran lo adecuado para mí, ahora trato de obligarme a sobrepasar mis límites en todos los aspectos. Me he vuelto más tolerante y comprensiva. Es todo obra de los 30, me encantan”.
Una prueba de ese carácter conciliador que ha descubierto en la treintena es el acercamiento que protagonizó hace unos meses con su antigua enemiga Taylor Swift: tras años enfrentadas y después de lanzarse pullas en sus respectivos últimos discos, ella se hartó de tanto drama y decidió enviarle literalmente una rama de olivo para proponerle que dejaran atrás sus diferencias. Y su antigua ‘bff’ aceptó de buen grado.
En su opinión, ese cambio no se ha reflejado de dentro hacia fuera, es decir, no ha sido su imagen -mucho más adulta y transgresora- la que ha ido a la zaga de su proceso de madurez, sino que fue su decisión de cambiar su larga cabellera negra por un corte pixie rubio platino la que le hizo descubrir ese carácter más directo y honesto.
“Mi pelo ha sido sin duda la transformación más importante a nivel físico. Cuando no tienes una melena larga, no hay dónde esconderse. Todo está expuesto”, reflexiona.