A sus 48 años la actriz Catherine Zeta-Jones por fin ha alcanzado un estado mental y emocional en el que ya no siente la obligación de disculparse de manera compulsiva por la vida privilegiada de la que disfruta junto a su marido Michael Douglas.
“Algo que ya no soy es humilde. Nunca más. Estoy harta de serlo, de verdad. ‘Lo siento por ser rica, lo siento por estar casada con una estrella de cine, lo siento por no tener un aspecto diferente, peor’”, ha enumerado la intérprete, como toda una declaración de intenciones, en una entrevista al Daily Mirror.
“Nada de pedir perdón, ¡ya basta! Lo único que me importa es mi trabajo. Esa es mi pasión y el resto de mi vida es una maravilla porque tengo dos hijos increíbles y un marido sano y feliz. Todo está bien y no pienso sentirme mal por ello”.
En una industria en la que el favor del público y, en consecuencia, el tirón en taquilla puede perderse de la noche a la mañana por un comentario desafortunado o por pasarse de prepotente, las declaraciones de la antigua protagonista de ‘El Zorro’ son como poco arriesgadas, pero a ella le da igual.
La mayor lección
Con la barrera de los cincuenta cada vez más cerca, Catherine ha aprendido que no hay nada más peligroso que la edad.
“Lo que ha terminado de formarme como actriz, más que cualquier otra cosa, ha sido el hacerme mayor. En algún momento del camino perdí mi esencia, ya no me gustaba lo que hacía. Había construido una trayectoria exitosa y no hubo ninguna crisis ni nada similar.
“Fue entonces cuando me tocó recordar cómo había logrado empezar tan joven y triunfar en esta industria. Lo logré porque no tenía miedo, me daba igual lo que otros pensaran de mí. Me había perdido, volví a sentir miedo y a cuestionarme a mí misma como intérprete y a replantearme mis decisiones”, explica. “Pero por suerte, al madurar como mujer, como madre y como esposa he dejado de sentir ese miedo”.