Como muchas otras personas antes que ella, en 2003 la modelo Gisele Bundchen tuvo una mala experiencia a bordo de un avión por culpa de unas turbulencias más violentas de lo que estaba acostumbrada, pero en su caso aquel viaje le dejó unas secuelas emocionales que fueron empeorando con el paso del tiempo.
Poco a poco, los espacios cerrados como túneles o ascensores se convirtieron en su peor enemigo, hasta el punto de sufrir ataques de pánico en su propia casa.
“Estaba atravesando un momento maravilloso en mi carrera, estaba tan unida como siempre a mi familia y, en mi caso, siempre me he considerado una persona muy positiva, así que no comprendía por qué me pasaba algo así, tenía la impresión de que no tenía derecho a sentirme mal, y era muy dura conmigo misma.
“Pero la cuestión es que me sentía completamente desvalida. Tu mundo se va haciendo más y más pequeño y no consigues respirar. Es la peor sensación que podrías experimentar”, ha recordado sobre aquella difícil época.
Un pensamiento suicida
La situación se agravó hasta tal punto, que acabó por pensar que nunca regresaría a la normalidad: “Recuerdo que se me cruzó un pensamiento por la cabeza: ‘Si saltara desde el tejado, todo esto se acabaría y no tendría que volver a preocuparme por que los límites de mi universo se redujeran más y más’”.
Por suerte, la estrella de las pasarelas consiguió apartar esa peligrosa idea de su mente y, en su lugar, buscó ayuda profesional.
Sin embargo, la solución que le ofrecieron -que pasaba por medicarse y combatir el estrés con Xanax- no terminaba de gustarle al suponer que pasaría de temer sus ataques de pánico a temblar ante la idea de quedarse sin sus pastillas.
Finalmente, decidió crear su propio plan de tratamiento basado en la práctica del yoga y una alimentación sana.
“Había pasado demasiado tiempo fumando, bebiéndome una botella de vino y tres mocha frappacinos al día, y lo dejé todo de golpe, de un día para otro”, ha asegurado orgullosa en su entrevista a People.