El proceso de reinvención de Kim Kardashian como icono de moda ha desafiado en más de una ocasión los límites de la física con vestidos ajustados que parecían una segunda piel, escotes que contradecían aparentemente la ley de la gravedad y tacones imposibles. Ser una creadora de tendencias no resulta, por supuesto, sencillo, pero lo cierto es que hay un atuendo en concreto que ha quedado grabado a fuego en su memoria por la tortura que supuso llevarlo puesto: el diseño de Thierry Mugler que utilizó para la última gala del Met.
El vestido -que se ajustaba a la perfección al tono de piel de Kim- creaba un efecto mojado o ‘recién salida del mar’ gracias a un sinfín de cristales que parecían cientos de gotas de agua, y cedía todo el protagonismo a su estrecha cintura. Ese favorecedor efecto requería de toda una ‘estructura’ interna en forma de un corsé creado especialmente para ella y una faja de cuerpo entero que llegaba exactamente hasta sus rodillas, y no cuesta demasiado imaginar que no era precisamente la ropa interior más cómoda del mundo. “Jamás había sentido un dolor como ese en toda mi vida. Tendría que mostrarte las fotografías de las marcas que tenía en la espalda y el estómago cuando me lo quité", ha comentado ahora en una entrevista al suplemento WSJ del periódico Wall Street Journal. De hecho, Kim tuvo que recibir ‘clases’ de cómo respirar dentro de un corsé tan apretado del mismísimo Thierry y no pudo sentarse en toda la velada.