El estado de salud del Papa Francisco nos ha dado mucho de qué hablar en los últimos días y, aunque él ya ha firmado una carta de renuncia en caso de que sufra de alguna condición de salud que le impida realizar sus labores papales, la decisión de convocar a la elección de un nuevo Sumo Pontífice aún no se ha tomado porque el mundo está a la espera de su mejora.
Un trabajo de por vida
Antes del Papa Francisco, Benedicto XVI revolucionó el Vaticano moderno, renunciando al cargo después de periodos vitalicios por casi 600 años. Además, la mayoría de Papas que han dejado esta responsabilidad por voluntad propia lo han hecho en medio de la tormenta. Desde el año 235, hasta el antecesor de Francisco, el patrón se repite. Mientras que el primero renunció en medio de la persecución romana a las personas que profesaban el catolicismo; el segundo se vio envuelto en un callejón sin salida por acusaciones de pederastia dentro de la Iglesia Católica.
Entonces ¿el cargo es de por vida? No necesariamente. Ningún documento especifica que un Papa debe quedarse de por vida como líder de la Iglesia Católica, sin embargo tampoco está estipulado que deben dejar el cargo en algún momento. El Código de Derecho Canónico –usado para regular los asuntos administrativos del Vaticano– expone que la única condición necesaria para que un Sumo Pontífice deje el cargo es que en una carta exprese su deseo de hacerlo, especificando que lo hace libremente y por su voluntad.
¿Cualquiera puede ser Papa?
Según las leyes del Vaticano, es necesario que para que una persona se considere dentro de las elecciones para Sumo Pontífice cumpla con los siguientes requisitos:
- Tener más de 35 años
- Pertenecer a la Iglesia Católica (incluso si sólo es creyente)
- Ser hombre y no estar casado
- Estar bautizado por la Iglesia Católica
Aunque técnicamente cualquier hombre católico podría ser Papa, su elección durante los últimos 600 años ha tomado en cuenta únicamente a miembros del Colegio de Cardenales.
Declaraciones polémicas
Sobre la renuncia de los Sumos Pontífices, hay un dicho romano: “El Papa no está realmente enfermo hasta que ha muerto”. Basta tomar el ejemplo de Clemente XII para darnos cuenta que llevar el Papado hasta sus últimas consecuencias no es la mejor opción. Este pontífice de siglo XVIII tuvo que dejar en manos de su sobrino las labores administrativas que realizaba, pues sus últimos días los pasó en la ceguera y en la completa pérdida de la memoria.
Para Francisco, la renuncia de su antecesor fue un acto de de “santidad, grandeza y humildad.” Benedicto XVI declaró que su estado de salud física y mental le impedían seguir con sus labores como líder de la Iglesia Católica; los últimos meses antes de abdicar habría sufrido de un insomnio irremediable, según lo confesado a su biógrafo.
Aun así, años después de tomar posesión, el Papa Francisco declaró durante su gira en la República Democrática del Congo y Sudán del Sur que su puesto era “un servicio ad vitam (de por vida)”. Esto generó debate sobre si él estaba excluyendo la posibilidad de renunciar pero hay especialistas que ofrecen una explicación distinta. Dada la dedicación necesaria para cumplir el rol, la declaración más bien habla de cumplir con el compromiso hasta el último momento posible.