Por Alan Estrada
En un mundo ideal, celebrar el orgullo no debería ser necesario, pero en el mundo en que vivimos lo es. En un mundo ideal, revelar tu orientación sexual no debería ser un acto de valentía, pero lo es. Y lo es porque, aunque vivimos en una aparente era de respeto y tolerancia, aún falta mucho trabajo por hacer. Aún en el mundo hay personas que son expulsadas de su casa solo por su orientación sexual, por su identidad o su expresión de género, son condenadas al ostracismo por algo que no le hace daño a nadie. Aún hoy, en el 2023, hay gente que considera la homosexualidad como una enfermedad, cuando la ciencia ya lo ha desmentido. Hoy la ignorancia y los prejuicios pavimentan el camino de violencias que le cuestan la vida a miles de personas.
Hoy, en el 2023, amar sigue provocando miedo y por ello, mientras exista alguien que quiera callar una voz, serán necesarios los gritos. Para mí, salir del closet públicamente fue un proceso que me tomó años. Años que fueron invertidos no en entender mi orientación, sino en entender el mundo en el que me tocó vivir, años dedicados no al proceso de aceptarme, sino en aceptar que vivimos en un mundo al que le espanta el amor. Desde niño supe que no había nada malo en mí, pero por alguna razón, muchas personas no lo entendían. Hay un diálogo que escribí para Siete Veces Adiós, versión ÉL y ÉL, que dice: “es doloroso crecer siendo león para descubrir que vives en una familia de cazadores”. El dolor de saberme homosexual no tenía nada que ver con mi capacidad de amar a otro hombre, sino con enfrentarme a una sociedad que enjuicia la diversidad como si se tratara de un delito (y en muchos países literalmente lo es). Una sociedad donde una demostración de amor entre iguales le espanta mucho más que incluso la violencia. Una sociedad empeñada en que sintamos vergüenza por nuestra forma de amar, de ahí que la única fuerza que puede contrarrestar eso, sea el orgullo. El orgullo nace como protesta, como una muralla para contrarrestar la vergüenza que el mundo nos ha hecho creer que debemos sentir.
En un mundo ideal, la orientación sexual de las personas sería algo poco relevante, pero en el mundo en el que vivimos es importante normalizar la diversidad, para que nadie sienta vergüenza por amar. Mientras haya personas que insistan en que la diversidad es motivo de vergüenza, habrá que celebrar el orgullo.
Mientras haya personas que no lo entiendan, se necesitará alguien que lo explique. Porque el amor consensuado entre dos (o más) adultos debemos celebrarlo siempre, en todos sus colores. El “pride” no debería existir, pero existe porque es necesario.