¿Cuántas historias se irán de este mundo sin ser contadas? La historia de StoryPlace, escrita por Ivana de María La actriz y storyteller lanzó una plataforma dedicada a darle un espacio a todas aquellas historias que merecen ser contadas. En este texto, escrito por ella misma, nos platica el camino y retos a los que se enfrentó para crear tal espacio, así como el porqué decidió hacerlo. StoryPlace es el resultado de mucha pasión, entrega, trabajo y esfuerzo; conoce más sobre este universo de narraciones que nos abren a nuevas experiencias. Una red social única en lo que no importan las fotos, likes ni follows, sino lo que tienes que contar. Si alguien me hubiera dicho de chica que hoy estaría manejando una empresa de tecnología, nunca lo hubiera creído. Esta es la historia de cómo empezó StoryPlace, la plataforma dedicada a leer y escribir historias.
Desde pequeña siempre quise ser actriz. Crecí en una familia que llevaba el entretenimiento en la sangre. Mi bisabuelo fue fundador de la XEW radio y televisión, un visionario en la industria de la comunicación y entretenimiento. Mis dos hermanos más grandes abrieron su propia productora en México: Lemon Films. Nunca se me va a olvidar la primera vez que pisé un set fue el de su primera película, Matando Cabos. Yo tenía alrededor de nueve años y era su asistente, fan, extra, ayudante, etcétera, ¡era feliz con simplemente estar ahí! Lo que me atraía en la industria del entretenimiento eran las historias que se contaban. Siempre fui una niña muy curiosa. Cuando veía a personas caminando en las calles me preguntaba: “¿qué harán? ¿A dónde van? ¿Qué pensarán?”. Me quería meter en las cabezas de la gente y ver cómo eran sus vidas. En otras palabras, quería ser actriz. Por otro lado, siempre he tenido muchas curiosidades intelectuales además de la actuación. Me gusta la idea de saber cosas. El conocimiento es mi verdadera pasión en la vida. Sabía que en el camino de esta, había ciertas cosas que yo quería, no necesariamente hacer, pero sí conocer. A pesar de que crecí en una sociedad que no esperaba mucho de las mujeres (fuera de la casa), y que no apreciaba el concepto de “aprender por aprender”; crecí con una mamá que no solo lo apreciaba, sino lo celebraba. Fue por eso que al momento de graduarme de prepa decidí aplicar a la universidad en Boston para estudiar Finanzas y Derecho. No tenía ninguna intención de trabajar en un banco ni ser abogada, pero quería aprender y nutrirme de ese conocimiento. En los veranos estudiaba actuación en diferentes escuelas y durante el año acababa mi carrera. Cuatro años después me gradué de Boston University y me mudé a Los Ángeles para enfocarme ciento por ciento en la actuación, o bueno, por lo menos eso pensaba. Tenía 22 años, mucha pasión, emoción y sueños muy grandes de ser actriz. Llegué a Los Ángeles y lo primero que hice fue meterme a clases, porque soy muy creyente que todo arte hay que practicarlo constantemente para estar preparada cuando llegue esa oportunidad. Estaba tomando dos cursos distintos y aprendiendo lo que requería para actuar en Estados Unidos. Hice todo lo básico de un actor: abrir tu cuenta de actors access, abrir IMDb, tomarte fotos, ir a prácticas, etcétera, y de repente me entero que necesitas un “reel”. ¿Cómo que un reel? ¿Cómo voy a tener uno si no he trabajado, y no puedo trabajar si no tengo un reel? Era muy claro que este sistema estaba roto. Le hablé a mi hermano y con mucho estrés le dije: “¿Cómo hago un reel?”. A lo que me contestó, “mejor haz un cortometraje”. Primero pensé que estaba loco, porque no tenía idea de cómo hacer el reel y mucho menos un cortometraje completo, pero decidí que lo intentaría. Me puse a escribir una historia, me junté con una amiga que es productora, reunimos a amigos apasionados y creamos mi primer cortometraje que se llamó Switch Hitter. ¡Fue una experiencia increíble! El ser parte de todo el proceso de contar la historia desde el concepto hasta verlo en pantalla... me enamoró. Me di cuenta de que mi pasión no estaba solo en actuar, sino en todo el procedimiento que implica contar una historia. Por otro lado, comprendí que hoy no hace falta esperar a que me den una oportunidad o que me inviten a un casting. Tenemos celulares que graban 4K, canales de distribución gratis en internet, y muchas personas talentosas dispuestas a trabajar por pasión y por una buena historia. En ese momento decidí no dejar que mi carrera de actriz estuviera en las manos de nadie más que las mías y abrí mi propia empresa productora, con la intención de crear mi propio contenido y contar las cosas que yo creía debían ser contadas.
Mis primeros dos cortometrajes en los que soy escritora, productora y actriz, tuvieron respuestas muy positivas en festivales. Ambos proyectos me sirvieron como escuela de cine. Aunque siempre estaba desarrollando y buscando algo que quería producir, al mismo tiempo también estaba yendo a castings en los que solo participaba como actriz. La gente en Los Ángeles se confundía, se asustaba, me preguntaban: “¿Pero qué prefieres?”, “tienes que enfocarte solo en una cosa”. Me decían que necesitaba tener un título de profesión. Estuve mucho tiempo ansiosamente tratando escoger un título, un camino, una cosa… y no quería porque en realidad me gustaba todo. No entendía por qué la necesidad de limitarme a una cosa el resto de mi vida. En estos momentos de mi existencia pensé mucho en mi mamá. Yo de pequeña nunca podía explicar lo que hacía ella. Trabajaba en tantas cosas tan diferentes, dependiendo el mes o el año, que era imposible para mí contestar el: “¿A que se dedica tu mamá?”, con una palabra como lo quería la gente. Aunque de chica me causaba ansiedad el no poder definirla, al crecer me di cuenta de que fue la mejor lección que me pudo haber dado y el mejor ejemplo a seguir. El crecer con una madre como la mía me dio permiso de ser una mujer indefinible en un mundo donde no se acostumbra ver eso. Al reflexionar sobre esto, un día, me llegó mi respuesta. Escogí mi “título profesional”, una cosa que me iba a definir: Storyteller. Soy contadora de historias. Me mandé a hacer tarjetas de presentación con el título y decidí que a eso me iba a dedicar, a narrar sucesos. “¿Qué implica?”, me preguntaban, “ah bueno, depende el proyecto. Pero escribo, produzco y actúo. A veces todas a la vez, y a veces no”. Llevaba alrededor de dos años en Los Ángeles cuando la vida me puso en el camino a personas que me invitaron a participar en sus proyectos como productora. Daba la casualidad (o no) que, aunque las personas no se conocían entre sí y las narraciones no estaban relacionadas, todos los proyectos se basaban en historias reales de mujeres. Sin quererlo, terminé trabajando simultáneamente en estos tres proyectos que requerían explorar datos, historias y todo lo que era la vida real de estas mujeres. Ya sabía que un buen argumento tenía mucho poder, pero aquí me di cuenta de que una historia real tiene una fuerza incomparable y una enseñanza de impacto... era en donde la responsabilidad social y entretenimiento se unían: contenido basado en historias reales cuyos mensajes tienen que ser escuchados. Rápidamente me encontré en una constante búsqueda de historias reales y así empezó una pregunta que me mantenía despierta todas las noches... ¿Cuántas historias se irán de este mundo sin ser contadas? Y con ellas tantas oportunidades de crear empatía. Mi vida cambió el día que abrí los ojos y supe que todo ser humano está compuesto de miles de historias. Esas que nos hacen quienes somos hoy, deciden lo que realizamos, reflejan cómo pensamos, esas historias, son nuestra mejor descripción. Pienso que para crear empatía se requiere separar, escuchar y estar de acuerdo. Cuando aprendes a hacer esto, empiezas a ver algo en común con todo ser humano y en cada historia. Sin importar las diferencias que tengamos con otras personas, todos tenemos historias. ¡Ese es nuestro común denominador! Compartir nuestras experiencias, algo tan sencillo y tan complejo al mismo tiempo. Fui en búsqueda de un espacio digital en donde pudiera encontrar estas historias que tanto buscaba. Topé con espacios para escritores, para escribir artículos, publicar libros… pero no para personas con historias que no eran necesariamente escritores. Encontré mucho contenido en redes sociales, pero muy, muy poca verdad. A pesar de que las redes sociales estaban en un alto histórico, y la empatía en un bajo histórico. Algo no estaba funcionando como podría. Como no hallé lo que buscaba, decidí crearlo. Yo iba a desarrollar un espacio en donde se promueva una cultura de compartir historias. En donde pudieran vivir para siempre, un lugar que les diera voz a las que no son contadas. No sabía cómo o qué sería este espacio, pero el propósito lo tenía claro. Analicé este concepto a profundidad... solo para darme cuenta que en el proceso de crecimiento de las redes sociales, el problema era la gran competencia, el ego, el “yo, yo, yo”, el que una historia ya era un video que dura 24 horas, ya no existía la narrativa. Esto ha creado competitividad, egoísmo, inseguridades y más que nada una percepción falsa de la realidad. No quiere decir que toda red social está mal, pero es una herramienta que tiene que ser utilizada, ante todo, con mucha responsabilidad. Entonces... en vez de perder fe en la humanidad, decidí crear una red social que fuera positiva para la salud mental de las personas, que realmente nos conecte con otros, en la que nos atreviéramos a compartir verdad y a ser nosotros mismos, en donde la vulnerabilidad se apreciará como una fortaleza, en la que no importará cuantos likes o seguidores tienes. Así fue como decidí crear la primera red social a base de empatía, un espacio seguro para compartir historias reales con personas alrededor del mundo, StoryPlace.