Por Jorge Alférez
Hablar de la época de oro hollywoodense, es traer de vuelta a iconos femeninos como Marilyn Monroe o Sharon Tate, pero también lo es hablar de aquella fraternidad de mujeres olvidada, la cual le abrió sus puertas y vio nacer a grandes estrellas.
A poco más de una década de la llegada de la industria cinematográfica a la costa oeste de Estados Unidos, dadas sus condiciones climatológicas favorables, en 1916, Los Ángeles, California, se había convertido en el objetivo para todo aquel que buscaba una oportunidad de brillar en el cine y más tarde la televisión.
Incluso, mucho antes de ser nombrado Hollywoodland, lo cual sucedió en julio de 1923, ya se hablaba de aquel lugar como el destino al cual todos aquellos soñadores querían arribar. Tal fue el caso de un sinfín de mujeres que, a diario llegaban a la costa sur californiana con la intención de conseguir una oportunidad. Lo que nadie les decía era que tal coyuntura no sería fácil de lograr. De día visitaban los estudios, buscaban trabajo o hacían lo necesario para tener qué comer, pero al caer la noche, procuraban desesperadas un lugar en el cual descansar. Ante esta situación, Eleanor Jones, una bibliotecaria de la zona aledaña a Hollywood, ofreció su biblioteca para todas aquellas que necesitaban resguardo, lo cual sabía, sería momentáneo, pues debían hacer algo más y encontrar algún sitio en el que todas ellas pudieran estar. Bajo este ideal y con ayuda de una asociación religiosa, Eleanor comenzó con los planes para brindarles un hogar. Más tarde, Hollywood y su gente se sumaron al proyecto y juntaron los fondos suficientes para la que sería Studio Girl, una fraternidad para mujeres aspirantes a la industria, desde actrices, guionistas, productoras y staff. Es oportuno mencionar que los directivos se sumaron al plan con la intención de cuidar su reputación, pues para entonces eran conocidos por explotar la imagen femenina y no cuidar de su personal.