Es imposible hablar de educación privada en México sin mencionar a Sor Salud y a su institución, el Colegio Miraflores. Con esta entrevista conocimos a fondo su historia, la vida de una religiosa que llegó a nuestro país sin documentos migratorios, después de viajar semanas a bordo en un trasatlántico en 1956.
Por Cecilia Morales Andere
¿Cuál es el secreto de Sor Salud para comenzar una comunidad y un colegio con 18 niños, y décadas más tarde ver pasar decenas de miles de estudiantes por sus pasillos? Se posicionó en las más altas esferas de la política y sociedad en nuestro país. Desde ese lugar se comprometió con la formación de todos sus estudiantes.
Referente de la educación
Actualmente, a Sor Salud se le conoce como un referente en la educación mexicana. A nivel mundial, se le puede ver en eventos de todo tipo, desde una charla con “sus niños”, conferencias en auditorios de prestigiosas universidades y empresas, en reuniones con gobernantes y con los más reconocidos inversionistas de México. Su poder y alcance para resolver cualquier situación son inimaginables, sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas.
¿Quién es Sor Salud?
Antonia Conde Nieto, Sor Salud, nació un miércoles 8 de marzo de 1933 en Porto, un pequeño municipio español en la provincia de Orense en Galicia. Un lugar de campo, naturaleza y vida rural. Sus padres –Adolfo y Jesusa– formaron una familia, siendo ella la hija (mujer) más grande a la que le siguen 11 hermanos. Sor Salud es una religiosa de la Congregación de las Esclavas de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios, que fundó la Madre Trinidad Carreras, define su vida en tres principios: espíritu de pobreza y sencillez, espíritu de adoración, y dedicación a la educación de niños y jóvenes. “Aún no había hecho mis últimos votos cuando la madre general me ordenó venir a México”, a pesar de su sorpresa y sentimientos encontrados, se despidió de sus padres y hermanos. En cuatro días empacó una pequeña bolsa con objetos personales, oró y salió de España con 23 años cumplidos. El 16 de septiembre de 1956, junto a Sor Luz se embarcó en Bilbao en el Guadalupe, un trasatlántico que realizaba su última travesía desde aquel puerto. “Mientras el barco se alejaba del muelle, la madre Araceli y otras monjas nos despedían, sentí una profunda tristeza por dejar mi tierra, a las religiosas y a mi familia. La tripulación y los pasajeros cantaban ‘Adiós, España querida’ y ‘Doce cascabeles’, aún cuando escucho esas canciones se me recrudece un sentimiento desolador”, afirma Sor Salud.
¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
Tuve una familia muy grande y unida. Mi mamá era muy exigente, nos enseñaba el catecismo y los buenos hábitos. Después decidí tomar la vida religiosa. Mi padre cosechaba de todo: maíz, trigo, patatas; teníamos jamones y castañas. Además de convivir con mis hermanos, era muy amiguera, me gustaba mucho ir de tertulia. Fui una niña inquieta y rebelde, por eso, cuando les dije a mis amigos que me iba de monja, no lo podían creer, pero yo nunca tuve dudas de mi vocación, jamás, gracias a Dios.
¿Cuál fue la respuesta de sus padres ante la noticia de ser religiosa?
Mis padres no lo aceptaron con facilidad, sobre todo mi papá, que me sacó tres veces del convento. No es que se negara a que yo fuera religiosa, pensaba que era muy pequeña y él quería que cuando yo creciera me hiciera cargo de su fábrica de curtidos de piel. A la tercera vez que fue por mí al convento y me regresó a la casa, mi hermano mayor habló con él: “¡Déjala!, si no es su vocación ya se saldrá”. Fue una separación muy difícil para todos, mi madre me contó que por las noches mi padre se asomaba a la ventana y y lloraba, diciendo: “¿Dónde está mi hija?”.
¿Cómo era su casa?
Los orenses decimos “de piedra”, que significa, tradición, hogar y camino. Por el frente se abre hacia un bosque y por la parte de atrás al río. Vivíamos con el clima típico de Galicia. A mí me gustaban mucho los animales, teníamos vacas y caballos. Era un pueblo que se ayudaba entre sí. Mis papás eran muy conocidos y queridos.
¿Cómo fue su vida en el convento?
Estuve en Sobrado del Obispo, en la casa del episcopado, un edificio antiguo de piedra muy hermoso. Era muy feliz y confirmé mis dos grandes pasiones: la adoración a la Santísima Eucaristía y la formación de los niños. A pesar de la firmeza de mi vocación no fue fácil, pues tenía que doblegar mis gustos y ejercitar la voluntad. Yo no podía ir con mi familia, pero ellos sí podían visitarme. Llegaban repletos de quesos, jamones y chorizos, me llevaban ropa y vestidos muy bonitos que nunca usé, pero todo lo compartía siempre.
¿Cómo fue que llegó a Madrid?
El tiempo de formación en el convento de Sobrado llegó a su fin, así que me enviaron en el tren-correo a Madrid, estuve un año ahí, prácticamente internada, y al siguiente, me enviaron a la casa central de nuestra congregación. Fue entonces cuando profesé y tan solo con 16 años tomé el hábito, pero como era muy chica tuvieron que pedir permiso, los últimos votos los hice ya en México.
¿Por qué escogió el nombre Miraflores?
Porque yo hice un curso en Administración Escolar en Burgos, y ahí se venera a Nuestra Señora de Miraflores, le tengo gran devoción, por eso escogí ese nombre.
¿Qué hizo al llegar a la Ciudad de México?
De lo poco que conocía de México era, quizá lo más importante, la Virgen de Guadalupe, por lo que no dudé en ir a conocerla en el santuario del Tepeyac. Me asombró muchísimo la fe, el amor y devoción de los mexicanos, así como el sacrificio de los peregrinos.
¿Quién las recibió en México?
Al llegar al puerto de Veracruz, con todo cariño nos recibió la madre Carmen, Sor Asunta, Loren Larragain y su esposo, Octavio Fernández, así como don Pablo Diez, quien nos invitó a su rancho a dormir. Al día siguiente, durante el desayuno nos sirvieron zapote negro, papaya, frijoles negros y pan Bimbo. Siempre recordaré que mi primera misa fue después de desayunar, para mí fue el reencuentro con la Santísima Eucaristía. Descubre el artículo completo en la edición impresa CARAS FEBRERO