Diana Spencer nació en cuna noble el 1 de julio de 1961. Vino al mundo en Park House, mansión de diez habitaciones construida por orden del rey Eduardo VII, ubicada en la finca Sandringham, en Norfolk, Inglaterra. Sus padres fueron John Spencer y Frances Burke Roche, vizcondes de Althorp. John tenía 37 años y era hijo del séptimo conde Spencer; Frances contaba con 25 y era descendiente del cuarto lord Fermoy. Los padres de ambos pertenecían al selecto círculo de la Corte.
Para 1961, los vizcondes de Althorp tenían dos hijas: Sarah, de 6 años, y Jane, de 4, y esperaban que su siguiente hijo fuera un niño que llenara el vacío que dejó John, fallecido el día de su nacimiento, en 1960. No era un capricho de los papás. Si no tenían un varón en la familia, perderían los títulos del condado de Spencer, el de vizconde, el de lady y el de honorable, así como vastas extensiones de tierra y la mansión de Althorp House, con todos sus tesoros artísticos y mobiliarios. No obstante, la pareja acogió con cariño a su tercera hija, a la que bautizaron como honorable Diana Frances Spencer. Casi tres años después, en mayo de 1964, sus preocupaciones terminaron tras el nacimiento de Charles. Los cinco primeros años de Diana fueron muy tranquilos y transcurrieron entre los mimos de sus padres y sus hermanas mayores. En esta época, comenzó a estudiar con una institutriz, en una escuela instalada en Park House, a la que asistían también unos diez niños vecinos. Desde entonces, la educaron para comportarse en forma exquisita y adecuada en público.
La ruptura de Diana Spencer
En 1967, su burbuja de tranquilidad y felicidad se rompió en mil pedazos. Frances, su mamá, se cansó del carácter apacible de su esposo, a quien sólo le importaba cazar y pescar. Además, conoció a Peter Shand Kydd, adinerado oficial naval, aventurero y divertido. Aunque ambos estaban casados, se enamoraron y comenzaron una relación clandestina. Ese año, la señora Spencer abandonó a su marido y se fue a vivir a Londres con sus dos hijos menores, Diana y Charles. En diciembre, los envió a Park House para que pasaran las vacaciones junto a sus hermanas mayores. El vizconde de Althorp aprovechó la oportunidad para quedarse con ellos e inició un proceso, apoyado por su suegra, para reclamar su custodia, la cual finalmente obtuvo en 1969.
Hacia la realeza
El divorcio de sus padres y, sobre todo, la amplia cobertura de éste hecho por los medios, afectó mucho a Diana. La jovencita comenzó a dar señales de rebeldía al mismo tiempo que desarrolló una relación especial con su hermano menor, a quien cuidaba y protegía al mejor estilo de una madre sustituta. Muchas personas piensan que esta coyuntura explica la ternura que sintió la princesa por los niños enfermos, desvalidos o marginados. A los 9 años, Diana fue enviada, tal y como se acostumbra en la nobleza inglesa, a estudiar la primaria en el internado Riddlesworth Hall, en Norfolk. En ese lugar permaneció tres años, destacando por su personalidad extrovertida; obtuvo incluso un premio a la amabilidad.
También sobresalió por su afición a la natación y al ballet, arte que tuvo que abandonar por su estatura (1.78 m). En 1973, Diana, que se perfilaba como una mujer terca, perfeccionista y elegante, ingresó a la secundaria en West Heath, en Kent. Fue una alumna más en lo académico, pero destacó en trabajos comunitarios, al demostrar que tenía talento para tratar con ancianos, enfermos y niños discapacitados. En su tiempo libre, leía las novelas románticas de Bárbara Cartland. Dos años después, ante el fallecimiento de su abuelo paterno, su padre se convirtió en el octavo conde Spencer; su hermano Charles, en vizconde Althorp; y ella y sus hermanas, en ladies. A finales de la década de los 70, Diana reprobó por segunda vez los exámenes de secundaria. Por cuenta de este pobre desempeño, y como no manifestaba inquietudes intelectuales ni ganas de ingresar a la universidad, fue enviada unos meses al Instituto Videmanette, en Suiza, para que estudiara francés, confección, taquigrafía y mecanografía.
Ese fue su primer viaje en avión y su primera salida internacional. A los 18 años se independizó. Con una parte de la herencia que le dejó su bisabuela materna, Fanny Work, compró un departamento de tres habitaciones. Para mantenerse, pintó paredes, limpió casas, enseñó danza y cuidó niños. Sabía que todo esto era transitorio porque, fiel a la educación que había recibido, soñaba con casarse lo más pronto posible.
Tuvo noviazgos cortos e intrascendentes con jóvenes de clase alta, que no llenaron sus expectativas porque ella apuntaba más alto. El príncipe de Gales se perfiló entonces como su candidato ideal, por su porte y cordialidad. Lo había visto en tres oportunidades y sentía que, pese a los 12 años de diferencia que los separaban en edad, eran el uno para el otro. Como el gusto existía, su abuela materna, Lady Ruth Fermoy, se encargó del resto. Ella, con la anuencia de la reina madre, de quien había sido dama de Cámara en 1960, se encargó de que su nieta se acercara a Carlos. Lo demás es historia.