Ni Carlos es tan malo ni Diana era tan buena. Hay que equilibrar las versiones de ambos... excepto que la única que siempre hemos tenido, es la de Lady Di.
Como lo hemos dicho en otras ocasiones, The Crown vino a desenterrar todos los malos momentos del príncipe Carlos, heredero a la Corona Británica. Pero si bien Diana ha sido un emblema del cambio en el protocolo monárquico y responsable de la popularidad de la casa Windsor en los últimos años del siglo XX, también fue, paradójicamente, causante de su peor momento de oscurantismo mediático.
Más de 20 años han pasado de su muerte y seguimos hablando de ella, lo cual está muy bien, excepto porque no hay Diana sin Carlos y por supuesto, sin Camilla. ¿Vale la pena seguir hurgando en una herida vieja, en un pasado borrascoso, que ya no se puede remediar?
“Tonto, caprichoso y resentido”
En el libro de 2016, “Prince Charles: The Passions and Paradoxes of an Improbable Life”, la historiadora Sally Bedell Smith lo describe de inicio como “Un tonto, un llorón, un diletante que hace berrinches, desesperadamente delgado. . . ingenuo y resentido. Es un esnob acicalado, muy sensible a las violaciones del protocolo, intolerante con las opiniones contrarias a las suyas y horriblemente engañado sobre el alcance de su propio talento”.
La autora advierte que “nos guste o no” será el rey Carlos III de la Gran Bretaña y debemos empezar a ver sus cualidades, adquiridas con la madurez que le han dado no solamente los años sino los golpes de la vida: “Tiene una gran inteligencia emocional desarrollada, mente brillante y capaz, es un diplomático consumado, un hombre prolijo, culto e interesado en las artes, pensador atento, gran escucha, un espíritu independiente y humilde”.
Como todo ser humano es un compendio de contrastes. A diferencia de su madre, la Reina Isabel II, quien rara vez muestra sus emociones o es traicionada por sus gestos, el heredero ha quedado tan expuesto en su intimidad, que aun cuando sonría, es difícil verlo de otra manera que no sea la de un “infiel tirano y frío”.
Carlos, el niño sensible
De sus años de formación sabemos poco, excepto que su padre, el duque de Edimburgo lo mandó a la escuela que quiso y lo obligó a hacer todo lo que se espera de un hombre de antaño: navegación, pilotaje aéreo, polo, ejercicio y lo que hiciera falta. Pronto, los superiores (y los medios) se dieron cuenta de que el linaje militar y superviviente de los Battenberg (tropicalizado a Mountbatten) se saltó a Carlos: “Incapacidad para sumar o, en general, para hacer frente a las cifras”, reporta.
Recoge The New York Times, en un artículo firmado en 1981 a propósito de la boda real con Diana: “Su fracaso militar hizo que la familia real buscara construir más flexibilidad y adaptar las tareas más cerca de sus habilidades. Cambiaron su trabajo de navegante a oficial de comunicaciones, y sus informes de desempeño pusieron énfasis diplomático en su naturaleza alegre y encantadora”.
Los berrinches de Lady Di
Del victimismo de Diana hay versiones en contra de ella que los Windsor jamás han escrito o dicho en entrevistas, pero que los sirvientes, allegados y periodistas de Palacio han dicho certeramente: Que Diana hizo un berrinche monumental en el Yate Brittania durante la Luna de Miel cuando encontró las mancuernillas que Camilla le regaló a Carlos (Diana sostiene que había una foto de ella en el diario de él).
El groom encargado de ella contó que al terminar la discusión encontró los muebles arrumbados, los portarretratos y el teléfono arrojados al piso y un desastroso escenario con ella llorando. “Tuvo que consolarla mientras arreglaba el cuarto”.
En este libro Smith cita el siguiente testimonio como uno de los momentos más crueles de Diana hacia Carlos:
“En uno de sus pleitos ella le dijo que nunca se convertiría en Rey y que se veía ridículo con sus medallas. Cuando él trataba de poner fin a las discusiones acaloradas arrodillándose para decir sus oraciones antes de acostarse, ella seguía chillando y golpeándolo en la cabeza mientras él oraba. No es ninguna santa. Ese matrimonio lleno de rencor trajo miseria a ambos; la falta de empatía y deferencia de uno hacia el otro hizo que estas escenas se repitieran constantemente. Él era frío, pero ella era agresiva, físicamente agresiva”.
El voto del silencio
La diferencia entre Diana y Carlos es justo esa: las veces que él ha hablado y dado entrevistas, nunca se ha pronunciado sobre su ex esposa y madre de sus hijos. “Carlos siempre ha guardado respeto a Diana, primero por los príncipes y luego por su papel político: él no habla de su vida privada”.
Inclusive, cuando la duquesa Camilla cumplió 70 años y dio una entrevista exclusiva al diario The Sun, en la que habló sobre su sentir como la otra, nunca se refirió a Diana y ni siquiera intentó justificarse; se limitó a comentar que “fue muy duro para mis hijos y mi familia”.
Reacio a hablar de su vida íntima o a intentar defenderse, el duque y príncipe heredero sí que habla sobre la vida política de su país. Como activista del medio ambiente, ha colaborado en campañas de todo tipo: desde activismo con ONG’s hasta patrocinios de moda para crear colecciones sostenibles o bien apoyar a causas relacionadas con su interés.
El político
El príncipe Carlos dijo en una entrevista con la BBC, que lo único que quiere es “Servir a la gente”. En su afán por contribuir a la vida pública de la Gran Bretaña mandó sus “pensamientos y consideraciones” a la House of Commons (la cámara baja, de la que se elige al Primer Ministro, nada más y nada menos). Esto, como sabemos, está prohibidísimo para la realeza y más si no se trata del monarca. El diario liberal The Guardian descubrió en 2005 las cartas. El palacio los demandó.
De acuerdo a The New York Times, en 2015, “un portavoz defendió el derecho del Príncipe a comunicar sus experiencias o, de hecho, sus inquietudes o sugerencias a los ministros ‘en cualquier gobierno y, para entonces, la ley había sido debidamente modificada para que gran parte de la correspondencia real quedara exenta de futura divulgación’. No mucho después, apareció un compendio de dos volúmenes y 1.012 páginas de los artículos y discursos de Carlos de 1968 a 2012”.
The Guardian ganó la batalla al aludir que las cartas “privadas” de Carlos a los ministros eran de interés público. Así quedó garantizada la libertad de expresión del diario, pero también quedó claro (y muy a favor del príncipe), que su interés por reinar es claro y genuino, nos dejó ver que no importando las encuestas de su baja popularidad que se hacen cada dos años o de la mala imagen de villano que le dejó Diana –o ahora The Crown– el príncipe de Gales quiere y va a reinar, a menos que muera antes que Isabel II –y ya libró el Covi19–.
Harry y William
Hoy en día las polémicas de la casa real se centran en el distanciamiento de los hermanos William y Harry y el camino incierto que este último ha tomado junto a su esposa Meghan Markle. El duque de Cambridge William y su esposa Catherine son los más queridos por los británicos actualmente, y parte del famoso “deber” de un heredero al trono es respetar las jerarquías, los protocolos y sobre todo, las tradiciones. Estas últimas son las que hacen a las monarquías perdurar, y en ese rubro, Carlos, duque de Cornwall, es el mejor ejecutante.
Ambos duques están más unidos que nunca y aunque la figura fantasmal de Diana como la víctima siempre lo acecha, el príncipe Carlos y su esposa Camilla han sabido sortear todos los escándalos del pasado y voltear las tablas a su favor: no pueden antagonizar con la princesa del pueblo, ni siquiera con su hijo rebelde, Harry, duque de Sussex auto exiliado a los Estados Unidos; pero sí pueden revertir una vez más el efecto The Crown: Primero, ellos están vivos y segundo, si ya lo hicieron una vez (¡hasta se casaron!) lo harán una vez más y todas las que haga falta.
Veremos a Camilla de reina consorte, le guste a quien le guste.