Por AFP @CARASmexico
La pareja imperial de Japón, Naruhito y Masako, son ahora los rostros principales de la dinastía más antigua del mundo, dignatarios supremos de una institución muy cerrada pero también ansiosa por enfrentar la realidad del mundo. Naruhito, de 59 años, heredó el trono en mayo pasado y el martes proclamará oficialmente su entronización, en una continuación del reinado de su padre Akihito. Este último se esforzó por acercar la casa imperial a la gente, en particular al mostrar empatía con las poblaciones víctimas de la guerra o los desastres naturales. Incluso antes de convertirse en emperador, Naruhito ya había considerado “importante” que los japoneses “miraran humildemente” su pasado reciente, sin ocultar los abusos del ejército imperial durante la primera mitad del siglo XX.
Naruhito dice que quiere “que las generaciones que conocieron la guerra transmitan correctamente, a los que no la sufrieron, la trágica experiencia vivida por Japón y el camino que tomó en la historia”. El 15 de agosto, en la conmemoración de la rendición incondicional de Japón en 1945, expresó su “profundo remordimiento” por las pérdidas humanas y las tragedias engendradas por este conflicto. También anunció en febrero su deseo de estar “cerca del pueblo y compartir sus alegrías y penas” al igual que sus padres, el emperador emérito Akihito y la emperatriz emérita Michiko.
Presiones sobre Masako
Naruhito y Masako hasta ahora han quedado libre de críticas, en estos primeros meses de su reinado. Nacido el 23 de febrero de 1960, Naruhito fue el primer príncipe japonés en crecer bajo el mismo techo que sus padres, ya que sus predecesores fueron criados por institutrices y preceptores. Estudió durante dos años en la Universidad de Oxford, en el Reino Unido, en la década de 1980, después de graduarse en Historia en Japón. Fue un período en que pudo liberarse temporariamente de la camisa de fuerza de la vida imperial en su país.
En 1993, se casó con Masako Owada, nacida en 1963 en una familia de diplomáticos y graduada en las universidades de Harvard y Oxford. Esta joven moderna y políglota, que viajaba por el mundo, luego renunció a una prometedora carrera en el cuerpo diplomático para ingresar a la familia imperial. Sin embargo, rápidamente se tornó evidente que la joven no toleraba el estilo de vida impuesto por la agencia de la casa imperial japonesa. Además, quedó bajo una enorme presión para tener un hijo, ya que la sucesión imperial en Japón es patrilineal. Su estrés empeoró cuando en 2001 dio a luz una hija, la princesa Aiko, y la pareja no tuvo otros hijos. En 2004, Naruhito, quien había prometido “protegerla a cualquier precio”, acusó al protocolo imperial de sofocar la personalidad de su esposa, causando una fuerte emoción en la corte. “Durante los últimos diez años, la princesa Masako se ha estado adaptando a la vida de la familia imperial, y he sido testigo de esto: el esfuerzo la ha agotado por completo”, dijo en un encuentro con periodistas japoneses y extranjeros. Naruhito no se detuvo allí: “También debe decirse que su antigua carrera y personalidad resultantes de ella fueron de alguna manera negadas”, acotó. Algunos observadores habían temido dificultades para Masako una vez que se torne emperatriz, pero por ahora parece haberse acomodado. Naruhito había asegurado el año pasado que Masako haría lo mejor que pudiera, pero que cumpliría sus obligaciones “gradualmente”.