Los reyes Máxima y Guillermo de Orange-Nassau cumplen 20 años de casados, y como dice el tango de Carlos Gardel, coterráneo de la reina consorte, “20 años no son nada”. Que es carismática, auténtica y adorada por su pueblo no hay duda, pero ¿qué ha aprendido Máxima Zorreguieta en tantos años de ser royal? No mucho, dice su biógrafo más crítico, el escritor guanajuatense Rodolfo Vera-Calderón. Esta es la reina argentina de los Países Bajos.
Por Gabriella Morales-Casas
A 22 años de su noviazgo con Wilhem Alexander y 20 de su matrimonio, el recuento de la vida de princesa y reina de los Países Bajos tiene un balance positivo, pero también muchos aprendizajes para ella, y como reflexión para nosotros “los mortales”, de cómo la realeza no se trata solo de la belleza, el glamour, tiaras y banquetes (que, sin duda, son parte maravillosa de la fascinación que tenemos por ella), sino de una responsabilidad que nunca se acaba, colmada de criterios y decisiones incomprensibles para el resto de la gente. Los reyes tienen un rol y Máxima aún no lo domina.
LOS ORÍGENES
Nacida de un concubinato entre el entonces joven agropecuario Horacio Zorreguieta, “Coqui”, de ascendencia vasca, y de la ama de casa María del Carmen Cerruti, de familia italiana, Máxima es la mayor de cuatro hermanos (ella, Martín, Juan y la fallecida Inés); hablamos de una trabajadora y esforzada que, según los conocidos del barrio de Pergamino donde vivían los Zorreguieta-Cerrutti en los años 70, “lo más importante eran las apariencias y los contactos”. Te puede interesar: La reina más cool Durante su infancia la familia se mudó a La Recoleta, uno de los barrios más exclusivos de Buenos Aires, la capital argentina en la que el padre escaló hasta convertirse en ministro de Agricultura del Frente de Reorganización Nacional, como se le conocía a la dictadura militar de Jorge Rafael Videla. Zorreguieta ostentó el puesto entre 1979 y 1981 y con esos pocos años le bastó para cargar con el estigma posterior no solo dentro de su país, en el que la familia padeció el escrutinio y señalamiento social, sino en Europa misma.
Cuando se supo que salía con el príncipe heredero al trono de los Países Bajos, Guillermo Alejandro, Máxima tuvo que leer en el Parlamento un documento en donde aceptaba las atrocidades de la dictadura y reconocer la implicación de su padre en ellas, esto para obtener el permiso de la nación y poder desposarse.
LA SOCIALITÉ –Y BULLY– DEL BARRIO
Como hija de buen político estudió en una escuela cara (Northland, fundada por una ex institutriz inglesa en Buenos Aires), en la que se distinguió por ser de las niñas más populares, las que imponían moda y hasta bulleaba a las “ñoñas” de su generación. Máxima vivía su propio estilo Gossip Girl dentro de la agitada esfera socialité bonaerense… O al menos eso es lo que recogen los testimonios de sus compañeras de colegio. Ya en la Universidad Católica (también privada) estudió Economía y Administración de Negocios y varias de sus compañeras aún componen el entourage de Máxima y son las primeras a las que visita cuando viaja a Argentina y recorre las “estancias”, esos ranchos espectaculares de la capital federal en donde se juega polo, se aprende a navegar y se hacen tertulias aristocráticas. De esas amistades –contactos que tanto procuraron sus padres– salieron oportunidades laborales importantes.
Su primer trabajo fue en la empresa Mercado Abierto S.A. En 1996 se cambió al banco británico HSBC y fue elegida para hacerse cargo de la oficina en Nueva York, donde laboró en tres bancas distintas. En la gran manzana se soltó el pelo y se volvió independiente; en Deutsche Bank llegó a ser vicepresidenta de ventas y viajaba con sus amigas igualmente pudientes. En una de esas salidas una de sus incondicionales le señaló al príncipe de Orange, Guillermo Alejandro de Holanda, en un baile callejero en la feria de abril de Sevilla. Máxima lo sacó a bailar y ya nunca más se soltaron. Descubre el artículo completo en la edición impresa CARAS FEBRERO