Por Gabriella Morales-Casas, #ELPRINCIPADO Desde que el rey Juan Carlos I abdicó para convertir a su hijo en Felipe VI, rey de España y ahora su reciente exilio los medios españoles tanto rosas como de nota dura han dicho que “los Borbones están malditos” y nos han hablado de una dinastía que ha acumulado osos muy grandes a lo largo de casi tres siglos de historia. Pero, ¿quiénes son los Borbones? ¿Por qué están malditos? El príncipe de Austrias en turno ya no quería saber de monarquías y renunció por voluntad propia a sus derechos dinásticos aludiendo que quería casarse con una plebeya extranjera. El siguiente en la línea de sucesión era el infante Jaime, pero como era sordomudo el rey lo presionó para renunciar a su derecho a favor del tercer hijo: Juan de Borbón y Battenberg (¿les suena este apellido? ¡Claro! Era nieta de la reina Victoria y por lo tanto tía segunda de la actual reina Isabel II y tercera del duque de Edimburgo, cuya familia se rebautizó como “Mountbatten”). Don Juan de Borbón era conde de Barcelona, padre de Juan Carlos I. Todo un entregado jefe de familia, se estableció en Estoril a donde migraron varias familias europeas destronadas. Desde ahí buscó formas de acercarse a Franco para reconocer la monarquía; su diplomacia no sirvió de mucho, el dictador, veleta como era, le cambiaba la jugada a placer. Solo aceptó educar al joven príncipe “Juanito”, para criarlo a su imagen y semejanza. Don Juan aceptó. Así, el príncipe de España (nunca le concedió el título de “príncipe de Austrias”) creció lejos de su familia, educado por Franco y cediendo en todo para ganarse su confianza para que este finalmente lo designara su sucesor como Jefe de Estado. Las cartas de Juan Carlos funcionaron… excepto porque el plan no incluía proclamar a su padre como rey. Para que la monarquía volviera, el rey tenía que ser Juan Carlos I o no regresaba. Luego de varios rifi rafes con su hijo, don Juan cedió los derechos a su hijo.
Juan Carlos I: paladín de la democracia
Empoderado por el propio Franco, Juan Carlos I, ya convertido en rey y jefe de estado, convenció a las cortes franquistas de votar por el presidente de su elección, que era Adolfo Suárez (un periodista que dirigía la televisión pública TVE) y con ello, restablecer la democracia en España. Fue un movimiento peligroso y quirúrgico, pero lo logró.
Su familia pudo volver del exilio y aunque su padre nunca fue rey, Juan Carlos I lo enterró en el mausoleo real de España: El monasterio del Escorial, donde su tumba dice “Juan III”, el que habría sido su nombre monárquico, “porque para mí fue rey de facto”, dijo Juan Carlos I en un documental de France 1. Que el rey Juan Carlos I fuera el artífice de una verdadera República Constitucional libre demostró que la casa de Borbón no era decadente: le devolvió la credibilidad en la Corona; aseguró la simpatía de gran parte de la ciudadanía (no de toda), y trajo estabilidad en España… pero a todos los Borbones les llega su Waterloo.
El “Waterloo” del rey amado
El rey era famoso por su estilo de vida relajado, por su carisma y coquetería. “Bromista, haciendo chistes fuera de protocolo, que es un sello muy borbónico”, dice el periodista Peter Conradi en su libro Los Grandes Sobrevivientes, lo volvió intocable para los medios de comunicación que nunca lo criticaron, ni siquiera cuando Aznar aceptó entrar a la UE encareciendo la vida en España, o cuando esta misma situación trajo la crisis que arruinó a la ciudadanía y causó un alto índice de suicidios. Instaló un programa de austeridad en la Corona de inmediato.
Ni siquiera bajó su popularidad cuando su yerno, Iñaki Undargarín, fue investigado y posteriormente acusado de fraude y lavado de dinero en la Fundación Noós que puso en jaque a la familia real, porque él dijo “que sí sabían todo”. Entonces, Juan Carlos I anunció recortes a la Corona, repudió a Iñaki, apartó a Cristina de La Zarzuela y les retiró el título de Duques de Palma de Mallorca. Se compró tiempo.
Corinna, el elefante y el jeque
El rey del Siglo XX no se escapó de la maldición de sus antepasados… En plena crisis se filtraron fotos suyas en un safari en África cazando un elefante –cuando España es uno de los principales países sino el que más, en promover políticas ambientales y animalistas– y de paso, con su amante, una tal Corinna Larsen. ¿Cómo se supo? Porque el rey se rompió la cadera en pleno viaje y no había forma de esconderlo. La prensa, que ya no era la condescendiente de los 80 y 90, que todo le perdonaba, investigó a la tal Corinna y resultó que había sido invitada recurrente a La Zarzuela porque era princesa europea por matrimonio. Juan Carlos tocó fondo cuando Corinna reveló en una grabación con su abogado que el rey lavaba dinero, que ejercía tráfico de influencias con jeques árabes y que a ella le había comprado un chalet en Suiza. El escándalo derivó en la abdicación del rey en 2014.
La herencia espiritual
Cuando parecía que el reinado moderno de Felipe VI contaría otro capítulo fresco, de nuevo, los contextos externos lo desafiaron: primero, la pandemia por Coronavirus que hizo de España uno de los primeros países azotados, y al mismo tiempo, el escándalo de su padre revivió por evasión fiscal y nuevas acusaciones de Corinna. El resultado lo conocemos: Felipe VI renunció a la herencia monetaria de su padre (nada despreciable), le quitó el sueldo real (280 mi dólares anuales, nada despreciables) y el auto exilio de Juan Calor I a Abu Dhabi. De paso, la reina Sofía no le dirige la palabra, según reporta Vanity Fair España.
Exiliado, como todos los Borbones desde Carlos IV (algunos en su infancia, algunos en su muerte), Juan Carlos I no se escapó del ignominioso destino de sus antecesores. Los Borbones no han roto con su herencia espiritual y siguen repitiendo patrones. ¿Será Felipe VI quien logre romper con las creencias y pactos ancestrales de su línea sanguínea? ¿Podrá Juan Carlos I regresar a su patria, o será repatriado en muerte? ¿La historia lo perdonará? Solo el tiempo lo dirá. Por lo pronto, Felipe VI tiene el gran paquete de la historia: mantener viva la monarquía española, tan lejana ya, al poderoso imperio de la Casa de Trastámara.
