A diferencia de otras mujeres en su familia, la princesa Margaret, quien este mes cumpliría 90 años, no tuvo una vida tan longeva. Los excesos y las enfermedades físicas y emocionales gastaron su salud.
“La desobediencia es mi alegría”, le contó la princesa Margaret, la hermana de la reina Elizabeth, al poeta y novelista Jean Cocteau. Esa frase, sin duda, es la que mejor define a uno de los personajes más indómitos de la realeza inglesa: su historia de amor (imposible) con el capitán Peter Townsend, las desafiantes y reveladoras declaraciones que dio ante la prensa, los excesos, su matrimonio arrebatado con el fotógrafo Antony Armstrong-Jones, las infidelidades...
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La lista es larga, pero no es lo único que marcó la vida de la también condesa de Snowdon. Si ponemos en una balanza la rebeldía y la incomprensión que experimentó la hija menor del rey George VI y la reina Elizabeth Bowens-Lyon, seguramente estarían en equilibrio.
UNA INFANCIA DESIGUAL
La abdicación del rey de Reino Unido, Edward VIII, en 1936, causó una ola que afectó a más de uno en su linaje: el príncipe Albert de York tuvo que asumir el trono precipitadamente, lo que cambió de forma radical los planes que él y su familia tenían.
Al ser el segundo descendiente del rey George V y la reina Mary the Terck, no estaba previsto que el príncipe Albert tomara la corona y, por lo tanto, nadie en su familia había tenido la formación adecuada. El monarca, incluso, era tartamudo y no procuró este trastorno, sino hasta que fue rey —así como lo vimos en The King’s Speach.
En tanto, esto afectó por igual a sus hijas, pues desde ese momento, al ser la primera en la línea de sucesión al trono, Elizabeth tuvo una educación especial con el objetivo de prepararla para sus responsabilidades como monarca; mientras que Margaret recibió una escolaridad más discreta, por describirla así, y quizá fue esta acción la que inició con la suerte de incomprensiones que vivió la princesa.
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Antes de que su padre se convirtiera en el rey George VI, ambas tenían clases de idiomas (francés, alemán), baile y piano. Después de la coronación, Elizabeth, de ocho años, tomó materias como Historia Constitucional y Derecho, y la instruía el entonces vicerrector del Eton College, Henry Marten; mientras que la hija menor del monarca no fue parte de eso.
“Nunca fui tan bien educada como mi hermana para no ser una especie de amenaza para ella”, solía contar Margaret cuando la entrevistaban. Sin que alguien en el castillo comprendiera su potencial, la princesa creció con esa “desventaja intelectual” respecto a su hermana, pero eso no le impidió, ya como adulta, demostrar su intelecto, agilidad y carisma. De hecho, “era una mujer demasiado inteligente para el puesto que le tocó ocupar”, describió en algún momento el escritor Gore Vidal.
Si queremos las referencias de alguien más allegado a la princesa, las impresiones no son muy diferentes. “Mi madre tenía una personalidad muy fuerte, opiniones muy claras, era muy intelectual y muy lista. Encontrar una combinación así es muy difícil”, describió a Vanity Fair David Armstrong-Jones, descendiente de Margaret. La educación no fue el único elemento que diferenció la infancia de las hijas del rey George VI, incluso dentro de los lazos familiares hubo tratos desiguales.
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“Detestaba a la reina Mary (su abuela materna). Ella fue grosera con todos nosotros, excepto con Lilibet, quien iba a ser la reina. Por supuesto, ella tenía complejo de inferioridad.
Éramos de la realeza y ella no”, contó a Vidal. A pesar de estas diferenciaciones, y las que se acumularon a lo largo de la vida, las dos hermanas siempre fueron muy unidas.
“Ella le era profundamente leal a la reina. Al ser Margaret cinco años más joven que la reina, creo que pudo ser más difícil. Pudo haber mucha más rivalidad, pero ella nunca dijo nada”, relató Lady Anne Glenconner, una de las damas de la corte de la princesa Margaret, en el libro Lady in Waiting: My Extraordinary Life in the Shadow of the Crown.
AMOR CORRESPONDIDO PERO RESTRINGIDO
Aunque la princesa Margaret no se armó de rebeldía de un día para otro, su carácter indómito sí se reveló en un abrir y cerrar de ojos: cuando un romance entre ella y Peter Townsend, oficial de la Real Fuerza Aérea y caballerizo del rey George VI, se asomaba entre las páginas de la prensa rosa.
Una vez que ocurrió eso, la pareja ya llevaba algunos años juntos, pero había varias razones para mantener la relación en secreto. La historia de amor comenzó en 1947, cuando la princesa tenía 17 años y Peter 32 —¡casi le doblaba la edad!—.
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Él ya era un hombre casado y el divorcio no era una opción para consolidar su amor con Margaret: ella estaba obligada a casarse por la Iglesia y la institución no permitía que una persona divorciada tuviera un nuevo matrimonio —volveremos a este punto más adelante—. A pesar de tener esto claro, la relación continuó.
Cuando George VI aún estaba en el trono, encargó a Peter que acompañara a su hija a viajes diplomáticos, al menos en dos ocasiones. Para ese momento, el capitán ya pedía la habitación contigua a la de Margaret y, con ello, los rumores empezaban a surgir. Acerca de una de esas visitas, una realizada, a Sudáfrica, por ejemplo, la princesa recuerda que los dos salían a montar a caballo todas las mañanas.
“Ahí fue cuando realmente me enamoré de él”, describió la propia Margaret en su biografía Ma’am Darling: 99 Glimpses of Princess Margaret (Colin Brown).
Fue hasta el funeral del rey que todo se dio a conocer: un gesto de la princesa hacia el capitán —sacudirle una pelusa del uniforme— fue interpretado por los reporteros del momento como “algo más”. Para cuando todo se confirmó, Elizabeth II ya era reina e intentó convencer a su hermana de desistir.
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En ese entonces, Peter ya era un hombre divorciado: a la par de su affair con la hija del rey, su esposa tenía una relación con John de László, esta se reveló antes de que el escándalo real se desatara. Parecía un buen panorama para la princesa y el capitán, ya que él era visto como la víctima en ese matrimonio fallido.
Sin embargo, la Iglesia aún veía con malos ojos la separación, por lo que no permitiría una boda religiosa entre los enamorados Townsend y Margaret. Fue ahí cuando empezó a intervenir la reina. Aunque quería ver a su hermana feliz, no podía ir en contra de lo establecido por la tradición anglicana. Margaret interpretó esto como falta de comprensión de la monarca; sin embargo, continuó con su relación.
Para evitar el desgaste del lazo familiar, Elizabeth II le dijo a su hermana que, al cumplir ella 25 años, le daría plena libertad de casarse con quien deseara. No parecía complicado el trayecto, pero poco tiempo después a Peter se le asignó —casual— un viaje de trabajo a Bruselas; aunque el plan era que no regresara para que se enfriaran las cosas entre él y su joven novia.
Cuando Peter regresó y Margaret ya tenía la edad estipulada, la corona se impuso de nuevo. La pareja podría casarse si Margaret se retiraba de la línea de sucesión. Ante la poca empatía y total desaprobación por parte de la reina, poco tiempo después, Margaret emitió un comunicado para avisar sobre el fin de su compromiso. “He decidido no casarme con el capitán Peter Townsend.
Fui avisada de que, sujeto a mi renuncia a mis derechos de sucesión, pude tener un matrimonio civil. Pero consciente de las enseñanzas de la Iglesia, de que el matrimonio cristiano es indisoluble, y de mi deber con la comunidad, he decidido poner estas consideraciones antes que otras”, escribió en una parte del comunicado.
Esta falta de comprensión, llevó a la princesa a casarse con un socialité que, con el transcurso de los años, provocó un matrimonio infeliz.
SIN CUENTOS DE HADAS
Margaret seguía con el corazón roto cuando conoció al fotógrafo Antony Armstrong-Jones, en 1958.
El primer encuentro sucedió en una fiesta, pero el romance inició algunos meses más tarde, cuando lo eligieron para fotografiar a la princesa. Lograron mantener su relación en secreto, pues se veían en el estudio de él y coincidían en pocas fiestas. Poco tiempo después de que Peter Townsend se casara por segunda ocasión, Margaret pidió a su hermana aprobación para hacer lo propio con su actual novio.
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En un gesto que podría interpretarse como culpa, por haber disuelto la anterior relación de su hermana, la reina aprobó el compromiso entre Margaret y Armstrong-Jones. El enlace sucedió el 6 de mayo de 1960 y se convirtió en la primera boda real televisada; además, fue la primera vez en 400 años que un plebeyo se integraba como parte de la Familia Real inglesa.
A pesar de que era “un fotógrafo que demostró un talento natopara la crueldad”, como lo expresó Parul Sehgal en The New York Times, Armstrong-Jones recibió el título de Conde de Snowdon y rápidamente se ganó el cariño y la simpatía de su familia política.
“Todos le querían mucho. Tony tenía mucho encanto, buenas formas y sabía perfectamente cómo comportarse”, describió Anne Courcy en Snowdon, un libro biográfico sobre el conde.
La aprobación familiar no fue suficiente para mantener sólido al joven matrimonio y después del nacimiento de su segunda hija, todo se desmoronaba y las infidelidades empezaron a llegar.
Primero por parte del Armstrong-Jones y le secundó la princesa, quien se convirtió en una de las personas más acosadas por la prensa.
“Encuentro ofensivas muchas de las notas que se publican (sobre mi vida privada). Por supuesto, si son completamente inventadas, una puede reírse de ellas con sus amigas. Pero creo que, desde que tengo 17 años, se me ha tergiversado y vilipendiado”, describió en algún momento Margaret. El matrimonio entre Armstrong-Jones y Margaret llegó al divorcio en 1976.
PIONERA EN LOS HORÓSCOPOS
Hasta hace nueve décadas, no era común que diarios y revistas dejaran un apartado para los horóscopos. Si ahora puedes consultarlos incluso hasta en tu feed de Instagram, todo es gracias a la princesa Margaret.
Su nacimiento, el 21 de agosto de 1930, fue todo un acontecimiento —como suele suceder con los baby royals— y la prensa no lo dejaría pasar. Con el fin de diferenciar a Sunday Express del resto de los medios y encontrar un ángulo novedoso de la nota, el editor John Gordon pensó en hacer una predicción sobre lo que sería la vida de la princesa en un futuro.
Inicialmente la misión se solicitó al famoso astrólogo Cheiro (The Book of Fate and Fortune), pero al final la tarea la asumió su asistente, Richard Harold Naylor. El texto sentenciaba que la vida de la princesa sería “agitada” y crecería “con desdeño de las restricciones”, puntos que podemos decir que sí se cumplieron.
Naylor no solo atinó el ímpetu de la recién nacida, además aseguró en ese momento que “eventos de tremenda importancia para la familia real y la nación ocurrirían cerca de su séptimo cumpleaños”, lo cual se relaciona a la abdicación del rey Edward.
El astrólogo no se detuvo ahí, siguió advirtiendo de acontecimientos futuros y de otras índoles. Cuando Gordon vio la precisión de Naylor, le ofreció una columna semanal. Se llamaba “What The Stars Foetell” e inicialmente la dedicaba a pronosticar el destino de recién nacidos. Siete años después de su debut en Sunday Express, dio un giro y decidió escribir predicciones sobre cada uno de los 12 signos del Zodiaco. No está demás precisar que, a partir de entonces, la idea fue retomada por distintos diarios y astrólogos.
LA ISLA BONITA
Cuando el Lord Glenconner compró una isla en el Caribe, Mustique, no dudó en regalarle un par de hectáreas a una de sus mejores amigas, la princesa Margaret, en 1960. Fue ahí donde la princesa empezó a construir su refugio personal, estaba un tanto protegida de la prensa y hacía fiestas tan legendarias que tenía a invitados como David Bowie.Margaret nombró a su oasis Les Jolies Eux y lo disfrutó hasta 1996, cuando transfirió la propiedad a su hijo.
Él vendió esta posesión y dentro de las negociaciones acordó que a su madre se le permitiría pasar tres semanas por año en la villa. Según retoma Baker en su libro, este movimiento provocó que las dolencias físicas de la princesa se incrementaran.
En la actualidad, Mustique es uno de los destinos favoritos del jet set, incluso para los duques de Cambridge —ahí William le pidió matrimonio a Kate—. Solo se puede llegar a la isla desde otros puertos del Caribe, como Martinique, Barbados y Santa Lucía, y hay distintas villas a elegir, entre ellas Les Jolies Eaux.
Disfrutar un día dentro del paraíso de la princesa cuesta entre 3,071 y 9,214 dólares, y hay que considerar una estancia mínima de una semana.
HASTA LOS ÚLTIMOS DÍAS
La salud de la princesa no siempre fue la mejor. A mediados de los ochenta empezó a tener problemas pulmonares debido a su tabaquismo —fumaba desde los 15 años—; le siguieron un derrame cerebral (1988), un accidente en casa que le provocó problemas de movilidad (1999) y un incidente cardiovascular (2001), que fue el que más consecuencias le provocó.
A finales de los noventa e inicios del nuevo siglo, la princesa Margaret tenía la mitad del cuerpo paralizado y serios padecimientos de visión. Por si el deterioro del cuerpo no fuera suficiente, su hijo, David Armstrong-Jones, vendió el paraíso de la princesa —la casona en la isla de Mustique, en el Caribe—.
El cúmulo de catástrofes provocó que ella cayera en un estado depresivo y perdiera hasta el apetito, lo cual empeoró su salud. Incluso en ese momento, faltó la comprensión de su familia, quienes se negaron a que recibiera atención emocional.
De acuerdo con el libro And What Do You Do?, de Norman Baker, la reina rechazó la idea “de que su hermana necesitara algún tipo de tratamiento para sus angustias mentales”. Fue así que la princesa Margaret, quien este mes cumpliría noventa años, falleció a los 71 años, días antes de que se aproximara el aniversario luctuoso de su padre.
Quizá la incomprensión fue factor para que no tuviera una vida tan longeva como las mujeres de su linaje.